Néstor, la mesa y el cenicero

En un nuevo aniversario del nacimiento de Néstor, un fragmento de “Kirchner, el tipo que supo”, de Mario Wainfeld.

Carlos Tomada era uno de los señalados para asumir como ministro de Trabajo de Kirchner. Aquilataba experiencia en relaciones laborales, había ocupado cargos de rango más bajo en la cartera durante gobiernos democráticos anteriores, había integrado el Grupo Calafate, germen del kirchnerismo. Cuando se esperaba la fumata, Tomada barruntaba que no traspasaría la puerta porque la gestión cotidiana del ministerio tenía más que ver con los movimientos de desocupados que con los sindicatos. El mapa de gestión se superponía con el social. Pero Kirchner lo nombró, y él perduraría más de doce años consecutivos en el ministerio, récord absoluto en la historia, aun tomando en cuenta a quienes usurparon el cargo durante las dictaduras.

Kirchner sintetizó en consigna sus directivas para tratar con las organizaciones piqueteras: “Ni palos ni planes”. Lo de los palos ya se comentó. Lo de los planes apuntaba a la finalidad de la política laboral: integrar a los piqueteros al mundo del trabajo. Tomada revive que, cuando llegó al Ministerio, los manifestantes pedían alimentos, kilos de pan y carne. Y que él pensaba: “El día en que haya trabajadores reclamando más derechos en vez de bolsones de comida vamos a empezar a salir del infierno del que tanto habla Néstor”.

El tránsito no fue inmediato, sencillamente porque no resultaba posible abolir los planes sin dilación; se mantuvieron un tiempo, entonces, como instrumento para compensar la pobreza y contener a las organizaciones, y para intervenir en la interna de los movimientos de desocupados, en la medida en que beneficiaban en especial a algunos en detrimento de otros. Se bancarizaron los pagos, un modo eficaz de controlar a los mediadores, que dejaron de intervenir en la entrega de dinero. Un esfuerzo significativo, que se sostenía sacándoles el máximo provecho a los recursos de un Estado desvencijado. Se atravesaba un estadio provisional, a superar, porque en simultáneo se propiciaba el marco para que los desocupados dejaran de serlo.

La interpretación monocausal es la jactancia de los perezosos. Es “normal” explicar el éxito de Kirchner como comsecuencia del “viento de cola”, en especial por el incremento del precio internacional de las commodities, con la soja a la cabeza. La lectura no resiste el menor análisis, como ponen en evidencia las objeciones y resistencias que suscitaron todas las medidas. No se trata de negar las condiciones favorables del contexto internacional pero, para capitalizarlas, fue preciso elegir una alternativa entre tantas posibles.

Se ensayó el modelo neokeynesiano, centrado en la generación de empleo y la redistribución del ingreso, que alentaba la reindustrialización. El crecimiento del producto bruto interno (PBI) a “tazas chinas”, las más altas del mundo fue un criterio argentino que otros países de la región relegaron a segundo plano, en función de sus prioridades. La referencia vale doble porque los valores internacionales de las commodities mineras o el petróleo superaban los agropecuarios.

Sinteticemos el círculo virtuoso keynesiano: crecimiento, distribución, empleo, consumo popular, demanda, fortalecimiento del mercado interno, crecimiento, redistribución del ingreso.

Recuperar la “capacidad ociosa” de la mano de obra y de las industrias era facilongo, pregonaron los sabios de la tribu que hubieran escogido otros derroteros. Cualquier alternativa en la acción jerarquiza metas, las escalona o relega.

Consagrar recursos a la industria, regular las importaciones, transferirle vía subsidios o exenciones impositivas parte de la renta agropecuaria capturada por las retenciones, significaba reducir el ahorro inmediato en pos de cambiarles la vida rápidamente a millones de personas. Nuestra cultura política es igualitarista, más que en otras comarcas, tal como supo explicar y describir, como pocos, el politólogo Guillermo O´Donnell. Se puntualiza, con mayor o menor entusiasmo, que el igualitarismo conspira contra el crecimiento económico. Desde 2003 hasta, por lo menos, fines de 2011, los gobiernos pudieron conciliar los dos objetivos, sobrellevando la crisis financiera mundial de 2008 y 2009 y conflictos internos sensibles.

Como reconocieron en 2005 dos economistas insospechados de populismo, el motor del crecimiento se asentó en “la industria, la construcción y luego los servicios (…) el impacto del precio de los granos es menos relevante en el nivel de la actividad: el PBI no se mide en dinero sino en unidades físicas”.

El combo incluía variables que se cruzaban y potenciaban: crear trabajo y aumentar el nivel de empleo registrado suponían acrecentar el poder relativo de los sindicatos; mudar a los jefes de hogar de su ensimismada depresión al trabajo era un modo, también, de regenerar la dinámica de las familias. El kit remataba en la aprobación ciudadana, sostén de la paz social. Ideología por todos los poros, aunque, si usted quiere, puede llamarla “populismo”. Por ahí sería más atinado pensarla como la adecuación accesible del Estado de Bienestar a las coordenadas del siglo XXI. O como una relectura del primer peronismo, tan bien explicado por Jauretche. El consenso democrático es concomitante con la aprobación de las mayorías, sólo accesible si se consultan sus intereses y se atiende la aspiración igualitarista.

Exportar soja y productos primarios en términos de intercambio propicios no bastaba para cerrar el círculo. El resto lo añadía la política, que debía crecer a lo pampa, pari passu con el PBI. Kirchner se lo explicó a Tomada muy pronto. El ex ministro lo recuerda muy bien. Estaban en el despacho presidencial que, como cuadra, tiene una mesa directorio de noble madera, inmensa. En el medio, un cenicero grande tal vez pero perdido en la inmensidad del mueble.

  • Le llevé un proyecto equilibrado, uno de los tantos discutidos con mi equipo y algunos sectores sociale. Le señalé los puntos a favor, los límites, las críticas. Entonces Néstor me dijo: “Mirá, Carlos, valoro mucho lo que hacés, el esfuerzo de traer propuestas equilibradas que se pongan en marcha. Pero esto tiene el tamaño de este cenicero. Ahora, la política es hacer que este cenicero, donde vos ponés la medida, sea grande como esta mesa. Lo que tenemos que buscar es agrandar el cenicero. La política, Carlos, es correr los límites cada vez más, en especial para incluir”.

A los tres meses de asumir, Kirchner anunció en la Casa Rosada el Plan Nacional para la Regularización del Trabajo (PNRT), que se implementaría en septiembre de 2003 y que dotaría a la cartera laboral de más personal y mejor tecnología. Se adelantaba a la dinámica social, porque en la segunda mitad de 2003 casi nadie pedía empleo de calidad: bastaba con conseguir algún conchabo.

El propósito fundante, reparar los daños infligidos por el neoliberalismo y la dictadura, abría un porvenir impreciso, no subsumido en las referencias del pasado. Una búsqueda que se dibujaba en el trayecto.